Todavía
resuenan los ecos de la macro manifestación parisina en respuesta a los
sangrientos acontecimientos que conmocionaron la placida vida de la sociedad
occidental y ya tenemos un rosario de comunicados que ponen los pelos de punta.
Los ultra-católicos
españoles ya han comenzado a mostrar su patita radical por debajo de la puerta
aludiendo al respeto que reclaman para su sentimiento religioso. Con unos
razonamientos rayanos en la obscenidad, prácticamente justifican la actuación
terrorista en base al atrevimiento sacrílego que tuvieron unos dibujantes arriesgándose
a caricaturizar a Mahoma. Expresan su
propio rechazo hacia cualquier forma de crítica a las creencias religiosas y a toda
opinión contraria a sus supersticiones, colocando la religión por encima del
bien y del mal. No se identifican con unos dibujantes blasfemos y al
rechazarlos acuden al amparo de una
neolítica ley que protege un raro
derecho a la defensa de los sentimientos.
Vehementemente alegan que ellos también sufren
en sus carnes el desvarío ofensivo de los irreverentes con sus creencias
católicas.
En
definitiva, apelan y solicitan la aplicación del artículo 525. 1 del Código Penal para defender sus sentimientos religiosos ante la ofensa pagana. Hay que
castigar a los herejes pues lo merecen. Sólo les falta decir que “CHARLIE HEBDO”
se lo había buscado. “Con las cosas de dios no se juega” que sus seguidores
tienen muy mala leche. Por lo que escriben y hablan el castigo “sólo” les
parece desproporcionado, nos queda la duda de que lo encuentren inmerecido.
Un
pequeño ejercicio sociológico nos lleva a pensar que los terroristas viven en
sociedades que todavía no han
actualizado sus leyes acerca del comportamiento religiosos al igual que lo han
hecho las sociedades judeocristianas occidentales, eso sí, obligadas por la
presión social.
En
nuestro país desgraciadamente la presión social ha sido prácticamente
inexistente. Los católicos dominantes quemaban (no hace tanto tiempo) en Valencia - en el año
1826, hace menos de 200 años- al hereje
Cayetano Ripoll maestro de Ruzafa, su terrible delito que mereció la hoguera
fue dudar acerca de la existencia de dios. Otra muestra de fanatismo patrio la
encontramos con el último auto de fe llevado a cabo en Sevilla en 1781 mediante el cual fue
condenada y posteriormente ejecutada Mª de los Dolores López porque se ganaba
la vida como buenamente podía y una de sus fórmulas era copular con sus
confesores católicos. A los curas no les quemaron ni una uña. Sólo pecaba la
pobre mujer.
En
un intento baldío por comprender su estructura mental hemos hecho el siguiente
ejercicio. Para un musulmán escuchar que Cristo es el auténtico dios es una
blasfemia intolerable, lo mismo que para un católico lo es oír que Alá es el dios
único. Los dogmas de una religión son blasfemias para la otra, entonces… ¿Quién
decide lo que es blasfemia? Naturalmente ellos, los fanáticos, los
intransigentes, los dogmáticos, los más profundamente abducidos.
Así
hemos comprobado con sangre y dolor que los integristas Yihadistas imponen la
pena de muerte a los sacrílegos. Haríamos mal en olvidar las actuaciones de los integristas católicos cuando ponen
bombas en los espectáculos que no son del agrado de su credo.
Son
numerosos los ejemplos que ilustran este comportamiento, como muestra podemos
mencionar la bomba colocada en el camerino de Leo Bassi el año 2006 en el teatro
Alfil de Madrid, o la amenaza de bomba que el mismo artista padeció en un espectáculo en Utrera el año 2008 porque
el autor de la obra es crítico con “el cuentico del paseante sobre las aguas” o
alucinaciones parecidas.
Ver
a la sociedad movilizada en aras de la defensa del derecho a la libertad de
expresión, levantada para defender una forma de vida alejada de fanatismos y
respetuosa con las personas choca con el pensamiento retrógrado de personas que
claman castigos para los blasfemos. Lamentablemente tienen razón cuando aluden
al código penal, bastante lastimoso es que el mencionado Art. 525 no haya sido
derogado y tirado a la basura. Ya contempla el Código Penal los delitos de
Calumnias e Injurias como para introducir la falta de respeto a algo tan sui
generis como los sentimientos, sean del tipo que sean estos sentimientos.
En
una concepción laica de la convivencia no caben extremismos religiosos de
ningún signo.
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