Acabo
de leer en el Semanal el panfleto político disfrazado de artículo de opinión en
el cuál el escribiente Carlos Herrera
teoriza sobre la propiedad de la mezquita de Córdoba en contra de posturas que
defienden la propiedad del Estado.
Como
es habitual utiliza un argumentario plagado de insultos y falsas descalificaciones,
desliza sutilmente que las asociaciones opositoras lo son por intereses oscuros,
y deja entrever que esos intereses son fundamentalmente económicos. Según él, únicamente
están defendiendo subvenciones
recibidas por oponerse a los privilegios de su amada iglesia católica. Naturalmente
no hace referencia alguna a sus propios beneficios que siempre son legítimos y
no como los de los anticlericales que siempre son espurios. Su empresa puede
tener millones en ayudas oficiales en forma de publicidad institucional o similares,
millones que entre otras cosas permiten
pagarle su fantástico sueldo. Ese punto se le olvida de forma voluntaria y
deja ver de manera canallesca lo perversos y protegidos que son los
discrepantes.
Es
un trabajo baldío tratar de explicar a personajes del nivel intelectual del
autor del libelo que es lo qué se
solicita, qué es lo que se defiende, y contra qué se posicionan. Vamos a ello, aunque Herrera no lo entienda.
Se
solicita que de una vez se derogue en su totalidad el arcaico concordato con la santa sede, que
provoca que España siga siendo el granero particular del minúsculo, peculiar y
teocrático Estado Vaticano. Estado que sigue sin firmar la declaración
universal de derechos humanos de la ONU, entre otras cosas sin importancia.
Las
organizaciones laicistas que el ínclito menosprecia con tanta saña, tan solo
pretenden que se cumpla la Constitución Española en el punto que hace referencia
a la aconfesionalidad del estado. A él probablemente le gustaría tener un
congreso de los diputados repleto de sotanas, pero para ello deberían pasar
previamente por las urnas, y no parece que estén muy dispuestos. Prefieren el
poder en la sombra a la transparencia de la votación. Los obispos son
conscientes que ya hay partidos suficientes, con ministros incluidos, que defiendan su momio.
Los laicistas solicitan esto porque defienden un estado en el que las creencias no otorguen
privilegios y queden enmarcadas en el ámbito privado y estricto de la vida
intima de las personas. Por el simple motivo de tener creencias diferentes, o simplemente no tener ninguna, las organizaciones laicas se sienten en la obligación de defender los derechos de los que no procesionan tras
los santos,
La
defensa ideológica de Herrera está muy cerquita de la postura que mantienen los
imanes de Irán, aunque él no lo sepa. La única diferencia es el nombre del
dios, el resto es calcado. La intromisión de creencias religiosas en la gestión
de derechos ciudadanos está muy superada en los países con sólidos cimientos
sociales. Son los países de pandereta como el nuestro, los que siguen dando
cancha a los representantes de teorías, que aprovechan la poca formación y la
escasez de desarrollo cultural para mantener sus supersticiones como faros de
conducta. En los países en los que las estructuras sociales impulsan la
capacitación individual como motor de crecimiento, no se permiten injerencias,
no se regalan prebendas, y no se actúa al dictado de jerarquías eclesiales.
Para solicitar un estado civil, y defender su hegemonía ante poderes externos los ciudadanos se posicionan contra iniciativas que otorgan sinecuras y bienes a
organizaciones con fines privativos.
Estar
en contra de la inmatriculaciones de bienes por parte de la iglesia católica,
es defender los bienes de todos contra el expolio. Esos bienes que se están
auto otorgando, gracias a una ley del siglo pasado actualizada y ampliada por
un gobierno cretino. Las catedrales, iglesias, casas parroquiales, ermitas, y
huertos del cura, no surgieron como las setas, al igual que los olivos de
Miguel Hernández
¨no los
levanto la nada, ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada, el trabajo y el
sudor¨,
El trabajo y sudor fue de los habitantes de pueblos y ciudades, y a ellos
pertenecen. Apropiárselos valiéndose de una artimaña legal es una falacia. Una
más de la bendita institución que tan ardorosamente defiende el locutor con
argumentos que perfectamente podría firmar un macaco de Borneo.
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